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:: Caretuco Rafael Correa

correa caretuco

Especie de búho, salsa de tomate, coleóptero, trozo de madera o hierro. Son algunas de las acepciones que se encuentran de la palabra tuco en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. En nuestro lenguaje popular, todavía no incorporado a la Academia, el “caretuco” es una especie de cara de palo, o cara dura.

La nueva polémica instaurada en días pasados por el presidente Correa en su arremetida contra los alcaldes de Quito y Guayaquil, incluyó la utilización del epíteto “caretuco”.

Y todo no quedó en ese estigma amplificado en las ondas de las cadenas radiales oficiales. No, luego se multiplicó en una costosa campaña publicitaria pagada con la plata del pueblo. Y todo con la utilización cuestionable y acaso ilegal de la imagen de menores en los mensajes y la réplica que emprendieron los municipios.

La nueva polémica se arma esta vez contra el manejo de los aeropuertos. Dos de los proyectos “bandera” de los municipios de las ciudades más populosas del Ecuador: Guayaquil y Quito. Ambos municipios son liderados por alcaldes que cuentan con un amplio y sostenido respaldo popular, según las encuestas. Acaso el pecado de Paco Moncayo y Jaime Nebot, sea, para los ojos de los nuevos dirigentes de la política ecuatoriana, su vínculo con dos de los partidos más poderosos de los últimos años y que mayor incidencia han tenido en la vida pública nacional: Izquierda Democrática y el Partido Social Cristiano, o será por la proyección de sus buenas calificaciones hacia una reelección, siempre que los cálculos de la mayoría de la Asamblea, dejen abierta esa puerta.

Guayaquil ha presentado al país y tiene en plena operación una terminal aérea de lujo, como nunca pudo ser cuando la administración estuvo en manos estatales. Quito mejoró su terminal y cierto es que se ha subido la tasa aeroportuaria, pero los que somos usuarios frecuentes damos testimonio de la radical mejora.

En cuanto al proyecto del nuevo aeropuerto no es algo que deba interesar solamente el Alcalde de Quito. Los múltiples beneficios pueden ser de gran significación para la ciudad y el país.

En primer término, la seguridad de los quiteños, su vida es sagrada y el actual terminal es un atentado contra los vecinos de Quito. Todavía está en la cabecera de la pista el avión averiado de Iberia y los trágicos recuerdos de las muertes por accidentes son imborrables.

Además, la proyección para los negocios de la ciudad, de los comerciantes y exportadores del centro-norte del país es innegable y la visión de la Aerotrópolis arrojará beneficios financieros, de mercado y de desarrollo convirtiendo a Quito y Ecuador en una gran plataforma continental.

La significación del proyecto no está en cuestión y si hace falta aclarar algunos aspectos sobre los que hoy se intenta sembrar dudas, está la disposición de ánimo del alcalde Paco Moncayo que en una actitud de transparencia sin precedentes se presentó en la fiscalía para motivar una exhaustiva investigación y reaccionó con sorpresa ante las últimas insinuaciones de la Comisión de la Corrupción. Sería deseable que un tema tan delicado y de tanta importancia para el futuro de la ciudad y el país, se lo trate con la altura, el rigor y la seriedad que merece.

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